
6 de mayo de 2011
En la vida se aconseja, pasar por Roma.
Esta es la historia de un viaje. Un corto pero intenso paso por un lugar llamado Roma. Recuerdo cada día, cada hora, cada comida, cada lugar, cada vista, cada olor, recuerdo todo lo que había a mi alrededor, las personas que estaban a mi lado en cada momento, todas las partidas de cartas y los paseos de habitación en habitación. Pero hay momentos que se quiera o no, se graban en la memoria de forma permanente y clara y el momento que quedo sellado en mi mente fue sin duda en el que me di cuenta de lo espectacular que era todo a mi alrededor, no me importaba que la comida estuviese buena o mala, todo me sabia genial, nuestras habitaciones no eran especialmente acogedoras, ni totalmente limpias, pero aun así me sentía como en mi casa, dormía poco y caminaba mucho, pero nunca me encontraba cansada, no conocía a prácticamente nadie y sentía que todos eramos como una familia. Durante una semana no tuve ganas de llorar ni una sola vez, había en mi tanta euforia que se me aceleraba el pulso con cada pequeño dato que me aportaban de ese lugar de inmensa historia.
Puedo estar días contando mil anécdotas, pero are algo mejor, os pondré un una situación que nosotros mismos vivimos. Estando de visita en el coliseo, mientras nos explicaban la historia del arco del triunfo, empezaron a caer pequeñas gotas de lluvia, que en unos segundos se convirtieron en una cortina de agua que no nos permitía ver mas allá de nuestras narices. Al ver que la lluvia no cesaba y cada vez era mayor decidimos colocarnos bajo unos arboles para mojarnos un poco menos, pero sin darnos cuenta empezó a granizar. Caían pequeñas piedritas de hielo que herían en el impacto con nuestra piel y viendo que la cosa no mejoraba corrimos a refugiarnos en el coliseo. Nuestra visita no pudo finalizar como debía, pero ese momento tan impresionante no nos lo quitara nadie.
Siempre vuestra la que escribe.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario