18 de julio de 2011

Una gota de Carina



 En un tocador de porcelana negra, en la primera gaveta de la derecha guarda Carina su perfume. Un pequeño frasquito de esencia de orquídea, con un toque de naranja y tres gotas de lluvia. Cuando Carina está triste abre la gaveta y coge su cristalina felicidad, se pone con el cuentagotas dos lágrimas en el cuello y una en cada muñeca, cierra el frasco y lo devuelve a su escondrijo.

 De todos sus vestidos  ella coge el más ceñido, largo y oscuro que jamás nadie ha visto, es tan largo que tapa sus largas piernas,  tan ceñido que sus curvas se disfrazan perfectas y tan oscuro que tocarla es la única forma de ver se divina complexión. Se calza zapatos de tacon altísimos, como torres de mármol que la acercan a la luna que ilumina la elegante melena morena que siempre lleva suelta.

 Ya preparada baja las escaleras, cruza la calle, gira la segunda calle a la derecha y mira al frente, lejos, donde la fiesta nunca duerme, para ir en otro sentido, a donde nadie va, y la soledad la haga su compañera.

 Allí en las sombras es su fragancia lo único que se nota esa divina presencia que aquellos que por allí pasan hacia la fiesta desean poseer.

 Muchos sueñan con esa fragancia pero pocos llegan a probar el dulce sabor de su cuello, pocos han besado sus muñecas y ninguno ha posado sus labios en la comisura de su boca. Todo el que entre las sombras la encuentra pierde locamente la cabeza.






Siempre vuestra la que escribe.