13 de octubre de 2012

Una intrepidante mordida

¿Alguna vez habéis comido ciruelas? Pero no me refiero a modo de acompañamiento, sino tal y como es, al natural. Para aquellos que aun no las han probado os describiré la experiencia. Pero es importante seguir unos pasos para apreciarlas.
Empecemos. Giramos la ciruela entre nuestros dedos poco a poco y observamos su color mate, un tenue intento de brillar. Nos enjugamos los labios y la mordemos suavemente. Notareis como despojáis a la fruta de su piel y queda al descubierto un color crema suave entre anaranjado y amarillo cubierto por el malva oscuro. Como un Yin Yang. Un segundo bocado os llevara de nuevo su dulce sabor y cuando mastiquéis la cascara, su acidez se desplazara por toda vuestra lengua y necesitareis un tercer bocado. En el que descubriréis lo esponjoso que es el interior de la ciruela, tan brillante por su jugo que parece mentira que este recubierta por una piel tan oscura. Oledla fuertemente, llenad los pulmones de aire al máximo y dejad que se fundan vuestros sentidos. Su tacto, su sabor, su olor, sus colores y el silencio que os deja disfrutar de su frescura. Es una mezcla perfecta de contrarios sin dejar de ser buena.  
fotografías habían sido mordidos ciruela
A veces parece una tontería, pero hay que aprender a disfrutar de cosas tan simples como comer una fruta. La vida es complicada y disfrutar de simplezas la hace fácil de llevar. 
Compraos un par de ciruelas o cualquier otra fruta y perded unos minutos de vuestras vidas disfrutando de esta vanalidad.

Siempre vuestra la que escribe.